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De Trump a Riquelme, el viaje a los Estados Unidos que cambió todo

Cómo fue que una visita al ahora tuitero más poderoso del mundo cambió para siempre el Mundo Boca, ese que este domingo elige nuevo presidente entre las listas que encabezan Gribaudo, Beraldi y Ameal, este último junto a Pergolini y Román

Juan Román Riquelme
Juan Román Riquelme (Fotobaires)

Por Ignacio Fusco

El Boca de Macri, el Boca de Bianchi, el Boca de Riquelme, el Boca de Angelici sucedieron, existieron, gracias a Donald Trump. Anular un solo hecho, por insignificante que fuera, es anular sus consecuencias, que tienden a ser infinitas. Esta historia, que deriva en un centenar de historias, tuvo su primera escena en Nueva York.

Mauricio Macri y su amigo Osvaldo Salvestrini viajaron hacia las oficinas del presidente de los Estados Unidos para acompañar, en 1983, a Franco Macri, titular de Sevel, a encarar un negocio inmobiliario. Mientras el ahora tuitero más poderoso del mundo negociaba con el grupo familiar, a Salvestrini le llegó un dato: estaba en venta el Cosmos de Nueva York. El club, que era de la Warner, no solo no era rentable: había en el medio de su crisis un grave problema impositivo que a quien fuera tesorero del Boca bicampeón de América se le ocurrió cómo resolver. Le contó la idea a Franco: ni pelota. Se la contó a Mauricio. Entusiasmados, armaron un plan: así puede ser rentable y potente un club. Intentaron la compra. No lo lograron. ¿Existirá algún día un éxito que no nazca de un fracaso, su bronca, su tristeza, su posible oscuridad? Mientras el Cosmos desaparecía, los dos amigos se dijeron la frase con la que ha nacido el universo en el que vivimos los últimos 25 años: "Esto –y señalaron la carpeta, el plan– hay que hacerlo en Boca".

La historia la cuenta Federico Polak, presidente del club en 1985, autor del libro Armando a Macri (editorial Claridad), en una nota que se llama El tonto y los sabios. Más que presidente, en realidad, interventor: fue, aquel Boca, el más pobre de toda la historia, la oscura tormenta que tal vez se necesitaba para que el creador político de Angelici apareciera en la vida de la institución. En 1986 el hijo de Franco Macri pagó los sueldos de los jugadores y la prima de César Luis Menotti, el entrenador, en 1988 compró a Walter Perazzo –transferencia por cuyo precio realizó una denuncia el tesorero del club– y en 1989 se hizo cargo del último pago de la convocatoria de acreedores. Era un Boca en quiebra, con la Bombonera suspendida, lejos, lejísimos de todos los que vinieron después: el de Salvestrini, tesorero cuando Riquelme inventó el Topo Gigio en 2001, el de Ameal y Angelici, presidente y tesorero cuando Riquelme renovó su contrato en 2010. Lejos, lejísimos, todos y cada uno, de los Boca que existieron bajo la avasallante luz del "presidente de mi país", quien hace un mes y medio llamara a Riquelme para que se reuniera con "su Daniel". Y mientras Trump no tiene obviamente ni idea de todo esto –que por primera vez en 24 años el macrismo, según las encuestas del oficialismo y la oposición, vive el concreto peligro de perder la aldea desde la que se expandió hacia la Nación– este domingo desde las 9 aproximadamente 30 mil personas –30 mil socios de Boca– decidirán quién será uno de los cinco hombres más influyentes y poderosos del país.

"En la historia de Boca los dirigentes van ocupando diversas posiciones según el contexto de la época", escribe Polak, y tiene razón. Juan Carlos Crespi era la persona con la que había que hablar cuando un barra necesitaba algo, según una declaración judicial de Mauro Martín, ex líder de La Doce, y, sin embargo, candidato a vice de Gribaudo, sigue acá. Obvio, no es el único: después también están los que tuvieron una participación más alegre, más festiva. Por ejemplo, la del hombre cuya llegada –por lo que costó, por lo que Boca invirtió– descontroló hace 38 años las cuentas del club. Subtitulado: la implosión necesaria para que sucediera todo lo que vino después.

"No me hagan reír –escribió Diego Armando Maradona en Instagram–. Uno, que se cree que por ir todos los domingos a la cancha puede ser vicepresidente. Y el otro, que se vendió al mejor postor. Un club tan grande como Boca no puede manejarse como un vestuario".

La indignación de Maradona tiene, por supuesto, sus caminos, sus posibles links: Cristian Bragarnik, el empresario que le consiguió trabajo en Dorados de Sinaloa y Gimnasia La Plata, es amigo de Angelici. Juntos comen asado cada 15 días en la quinta del presidente de Boca y –juntos también– fueron a España hace tres meses a ver un 1-1 entre Elche y Lugo, un partido de Segunda División. Esta semana, Elche anunció que casi el 99% de las acciones de la institución son ahora del hombre que repatrió a Maradona. Empresario, compra, club, ascenso, español: hashtags, palabras que abren otra senda, otro camino. Un último párrafo. El último link.

"Diego Maradona, de 37 años, no descartó ayer la posibilidad de jugar una temporada con el Badajoz, de la Segunda División. Paralelamente anunció su deseo de convertirse en seleccionador de Argentina", se lee, un día de agosto de 1998, en el diario El País de Madrid. Marcelo Tinelli había comprado el Badajoz y quiso reforzarlo con Claudio Paul Caniggia y el superhéroe de México 86. Maradona se había retirado hacía un año y le dijo que no. Caniggia había jugado hacía tres meses su último partido en Boca, un 4-0 a Gimnasia y Tiro en el que metió un gol, y también le dijo que no. A Boca lo presidía Mauricio, que es Macri, y Macri siempre la ve antes que vos: hizo un acuerdo de cesión de juveniles y entrenadores con el conductor de televisión; en lugar de Maradona y Caniggia, el Badajoz de Tinelli alistó a Héctor Bracamonte y Adrián Guillermo, suplente inmediato de Barros Schelotto, wing fugaz y noventoso al que le decían Escobillón porque se parecía a Coby Jones, estrella de Estados Unidos en el Mundial 94. La intervención argentina es —a veces, simplemente— una leve deformación. Como la de aquel Badajoz, que jugó dos temporadas en la B española: salió 14° en la primera y 16° en la segunda. Tinelli vendió todo y se fue. Allá, sin embargo, quedó el Badajoz, un club español que en este 2019 habría cumplido 114 años si no hubiera sido que desapareció.

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