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Selección

Sebastiao Lazaroni: "Ustedes pudieron ganarle a Alemania en el Mundial 2014, como nosotros a ustedes en el '90"

El director técnico de la Selección de Brasil en la Copa del Mundo de Italia '90 recordó, en el 30° aniversario, aquella tarde del agónico gol de Caniggia tras el pase de Maradona. La comparación con la definición de Brasil 2014, una acusación contra Diego y su opinión sobre Messi

Sebastiao Lazaroni fue el DT de Brasil en el Mundial de Italia '90
Sebastiao Lazaroni fue el DT de Brasil en el Mundial de Italia '90 (EFE)

Por Ignacio Fusco

Pelé no lo sabía, pero acababa de inventar el futuro. “Si jugamos contra un equipo más organizado defensivamente —dijo—, difícilmente podamos vencer”. Hacía unos minutos nada más, Brasil le había ganado 1-0 a Costa Rica en Turín. Era el segundo partido del equipo de Sebastiao Lazaroni en Italia 90, su segunda victoria en el Mundial: el debut había sido un 2-1 a Suecia con dos goles de Careca. Parado en una de las plateas del estadio, Pelé contestaba las preguntas de un grupo de periodistas. El enviado de Canal 9, Enrique Moltoni, le consultó entonces por Argentina, que hacía tres días le había ganado 2-0 a la Unión Soviética. Pelé no sabía ni intuía que el equipo de Bilardo podía ser el cruce de octavos —ahí mismo, allá abajo, en ese estadio, a metros suyo, ahí—, pero en dos frases creó, inventó, lo más importante, que era todo lo demás: “Argentina no está jugando un buen fútbol, la verdad que no está bien. Pero… si Maradona tiene la luz de los últimos mundiales, todo puede cambiar”.

Se cumplen treinta años del clásico infinito, la única victoria ante Brasil en los mundiales, el partido que redefinió la manera de mirar y de desear de los hinchas, nuestra nueva cultura popular. Porque, ¿qué preferís, ganar un clásico con baile, un 5-0 fabuloso, irrepetible, o preferís, bueno, hacerlo con un gol medio sobre la hora, transpirando sangre, después de que te haya peloteado todo el tiempo el rival? “Ya al minuto tuvimos el 1-0 con Careca —le dice Sebastiao Lazaroni, el técnico de Brasil, el hombre condenado a ser el villano de la otra historia, a TNT Sports—. Después nos acabó la creación de un crack, Maradona superando solo a todo el mediocampo. Caímos con la máxima del fútbol: si no metes los goles en un arco…”. Si no metés los goles en un arco, nace entonces la Argentina del Caniggia es ahora o nunca, el bilardismo extremo del bidón. El campeón del mundo había llegado a la Copa después de un año —entre julio de 1989 y junio de 1990— en el que había estado nueve partidos seguidos sin poder ganar ni uno, se le había lesionado medio equipo, había estado siete partidos consecutivos sin lograr meter un gol, pero —ahora— resiste, se une, batalla, se ilumina con todos esos superpoderes que ahora invocamos siempre, en cualquier escenario, ante cualquier rival. Goycochea y los palos, la vuelta olímpica de Ruggeri, Maradona Alemao que no: frases que ya son leyenda, son bandera, una manera de mirarse a sí mismo. Somos, todavía, aquella Argentina. Un partido que no hemos dejado de jugar.

“A Argentina la conocíamos de la Copa América 89 —dice Lazaroni—. Entonces la habíamos controlado bien, habíamos controlado a Maradona, después Brasil fue campeón (NdeR: el partido salió 2-0, con goles de Romario y Bebeto). Ya en el Mundial, no esperábamos que se clasificara tercera. Y en el clásico, lo que pasó, bueno, era esperable: una Argentina dura, difícil de penetrar, que iba a jugar todo a una sola bola”.

—Y pasó eso.

—Y pasó eso. Ya en los primeros dos minutos tuvimos chances. Y tuvimos chances después del 1-0, hasta el final (NdeR: a los 43 minutos del segundo tiempo a Müller le queda una pelota en la puerta del área chica, él solo contra Goycochea, y patea mordido, lejos del primer palo). Ya está. No se puede volver atrás.

—¿Para cuántos goles era el primer tiempo?

—En un momento creímos que si acelerábamos lo más rápido posible podíamos agarrar desprevenida a Argentina. Pero el Mundial había sido así, fue un Mundial medio así, con selecciones muy aplicadas en la marca. Argentina era así. Y después apareció Maradona, vio el espacio, se lanzó. Superó él solo al mediocampo, primero a Dunga, después a Alemao. Y le salieron todos los defensores también. Ricardo Rocha fue, Mauro Galvao, el líbero, fue también: se apuraron. Fue por eso que Caniggia pudo recibir libre.

—¿Por el error de ellos dos?

—Claro, porque si Rocha se mantiene en la zona Maradona podría haberlo superado, pero a Caniggia la bola no le habría quedado nunca libre. Los últimos dos hombres que teníamos fueron para adelante (NdeR: después del pase de Maradona, Galvao se choca con Ricardo Rocha, que levanta la mano pidiendo offside). Cuando salieron, ya después Taffarel quedó solo, sin mucho que hacer.

—Caniggia siempre cuenta, Sebastiao, que eligió no festejar demasiado porque Brasil tranquilamente podía empatar. No iba a quedar como un desaforado para que después terminara todo 1-1.

—Y pudimos empatar. Él sabía de nuestra calidad. Así es el juego, la sorpresa del juego. Les pasó a ustedes en la final del Mundial 2014. ¿De qué equipo fueron las mejores chances? De Argentina. La jugada de Messi, la jugada de Higuaín. Ustedes pudieron ganarle a Alemania en el Mundial de Brasil. Pero, como a nosotros nos faltó puntería en el 90, a ustedes les faltó puntería aquella vez.

—Hubo un cantito durante ese Mundial. ¿Lo recuerda?

—¿Un canto? (piensa) No.

—Un cantito argentino.

—No, no recuerdo. Pero si usted tiene cualidades de periodista cantor, puede cantármelo, lo escucho yo.

—Se refería a aquel 1-0 del 90. Decía: “Brasil, decime qué se siente, tener en casa a tu papá”. Mejor no revisemos lo que pasó con los clásicos después del Mundial de Italia (tres finales perdidas contra Brasil, la goleada 0-3 de las últimas Eliminatorias, la caída en las semifinales de la Copa América del año pasado), pero el cantito decía eso.

—Y bueno, pero nosotros tenemos cinco mundiales. Acá hay algunos cantitos también. ¿Usted se imagina que Messi podrá vivir el mismo trauma que vivió Zico? Uno de los mejores jugadores de la historia, una selección maravillosa como la del 82, que nunca pudo ganar un Mundial. Cosas del fútbol. Esos atletas penan por un Mundial. Es lo que definitivamente corona a un jugador.

—¿Messi, cree usted, no se ha coronado porque no ganó un Mundial?

—Es lo que determina la llegada al tope. Maradona lo tiene. Por eso es imposible compararlos. Maradona está encima. Messi aún puede lograrlo, pero por ahora es así.

—Maradona era el que les gritaba a los jugadores argentinos, Sebastiao, que por favor no tomaran del bidón. En una entrevista de hace años contó que había ido a tomar Olarticoechea y él le pegó el grito: “¡Vasco, no!”.

—Y Branco llamó a nuestro médico, pero el médico no advirtió nada. No había necesidad de todo eso. Argentina había tenido sus méritos, por momentos nos había bloqueado, ¿para qué entonces esa trampa, esa cosa negra? Después, lo de Branco quedó como el llanto de un perdedor. No fue eso, pero quedó así.

—¿Usted cuándo se enteró del bidón?

—Después del partido. Apenas terminó, Branco volvió a referirse a eso.

—Acá, el bidón quedó como una de las marcas eternas del bilardismo.

—No, bueno, pero quien enaltece a Bilardo por eso comete una injusticia con su carrera. Bilardo es campeón del mundo, un entrenador campeón del mundo. Una carrera tan grande, reducirla a eso, no, por favor no. Ustedes tienen grandes entrenadores. Menotti, Pekerman, Sampaoli, Bielsa.

La vida de Lazaroni parece haberse detenido, para millones de brasileños, en el instante en el que Caniggia gambetea a Taffarel. Es la condena ineludible de cada deportista: una decisión, un segundo, una jugada —era por abajo, Palacio— determina la memoria colectiva para toda la eternidad. Lazaroni había ganado un Campeonato Carioca con el Flamengo en el 86, había sido bicampeón carioca con el Vasco da Gama (1987, 1988) y luego de un paso por Gremio llegó a la selección. Lazaroni era el Bilardo de ellos, el creador de un Brasil que jugaba con líbero, dos stoppers, la contracara discursiva del circo hermoso que había sido el Brasil del 82. Después de Italia 90 dirigió en Arabia Saudita, Japón, Qatar. A su país volvió, mal mirado, a Vasco, dirigió otra temporada al Botafogo, y su último club brasileño fue el Juventud, en 2005/06. Pero, ahora, Lazaroni dice que él creó el futuro: que los campeones del 94 y 2002 jugaron como lo había hecho su Brasil. Seguridad, adultez, fortaleza y, arriba, allá arriba, un dúo dinámico —Romario, Bebeto; Rivaldo, Ronaldo— que hiciera lo que antes hacían todos en Brasil.

—También en el 94, Maradona y Caniggia pudieron haberles arruinado todo.

—Y pasó lo de Maradona. Pasó eso.

—El doping.

—El doping. Efectivamente.

—¿Usted cree que se drogó?

—De alguna forma, la responsabilidad ha sido de él. Un hombre campeón del mundo, símbolo, que tiene ese talento, esa creatividad, esas cualidades, sabe qué cosas puede tomar y qué cosas no. Directa o indirectamente, quien lo hizo fue él. Aunque hubiera tomado para perder kilos, lo mismo: a partir de esa medicación ya no está entonces en la misma condición que otro atleta que no la tomó. Cuando Maradona se estampó contra la cámara, esos ojos…

—¿Después del gol contra Grecia?

—Después del gol, después del gol. Esos ojos. Sí. Había algo diferente ahí.

—¿Qué? ¿Qué había?

—¿No vio esos ojos, esos ojos vidriados? Esos ojos rojos, grandes. No eran, esos ojos, los ojos de un atleta normal.

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