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Selección

La pasión según Di María

En 2014 pudo haber sido Palacio, pero la tiró por arriba. En 2015 y 2016 pudo haber sido Higuaín. En la fábula del fútbol, un centímetro o un error parecen definir la biografía de toda una vida. Finalmente le tocó a uno de la vieja guardia, centro de los memes. El wing revoltoso que un día pensó en dejar la Selección

El gol de Ángel Di María para Argentina 1-0 Brasil

Por Ignacio Fusco

La Selección de Lionel Messi le ganó una final a Brasil con gol de Ángel Di María.

La Selección de Lionel Messi le ganó una final a Brasil con gol de Ángel Di María.

La Selección (la de Lionel Messi) metió un Maracanazo (le ganó una final a Brasil, en Brasil) con un golazo —de emboquillada, suavecito, divino— de Ángel Di María.

Se repite y se reescribe la frase porque en ella, sencillita, está el verdadero sentido de todo esto. Puede decirse como si fuera la fórmula de una pócima. Es un cantito. El verso del círculo que se cerró.

Di María metió el gol con el que la Argentina ganó su primer título de mayores desde 1993. En otras categorías, los últimos habían sido los Panamericanos 2019, el Sudamericano Sub 20 de 2015 y los Juegos Olímpicos 2008, en Beijing. En la más relevante de esas citas, el gol consagratorio también había sido suyo: otra emboquillada suavecita, divina, un placer. En ambas, hasta el gesto es el mismo, ese grito de gol que se le mezcla con una sonrisa gigante, no es una cosa sin ser la otra, no hay furia, no hay desahogo, es una sonrisa llena de niñez y de alegría, su cara larga y finita, el peinado igual. Es el mismo hombre que unos años después contará que pensó en no jugar más en la Selección porque la República del Meme lo había agarrado de punto —y no lo quería soltar. Es el mismo hombre que empezó a trabajar con un psicólogo porque no podía superar eso. Eso: hinchas diciéndole que era horrible, comunicadores gritando que mejor ya no viniera, gente recomendándole que él (cuya vida gira en torno a jugar lo mejor posible este juego), bueno, él, que había sido y sería figura en semifinales y finales de Champions League, que había metido aquel golazo de emboquillada, suavecito, divino, en los Juegos Olímpicos, bueno, él, lo que ya no podía hacer, sinceramente, la verdad, era jugar.

Cada pueblo, cada país, aporta algo distinto a la cultura futbolística global. Si Alemania es la victoria y el tesón, Brasil vendría a ser la alegría, las gambetas, el carnaval. La tradición, por ejemplo, sería tarea de Inglaterra: sus estadios perfectos, la camiseta blanca, el pub. En este contexto, Argentina se ha hecho responsable de aportar otro concepto: la pasión. Creer que se puede ganar sin importar quién ni dónde se juega. Saber que se va a emerger siempre. Sobrevivientes. Sobreadaptados. No retroceder nunca. Somos el heroísmo. El grito. La fe.

Pero en las contraindicaciones de esa fortaleza estuvo siempre la ceguera, y entonces, ya no se puede pensar nada, nada se puede explicar. Argentina perdió por penales su primera final ante Chile luego de errarse, en la línea, un gol en el último minuto —jugada descomunal de Messi, pase de Lavezzi, no llega Higuaín— y en la sentencia mediática hubo escenas como ésta: el director de uno de los diarios más relevantes del país pidió, gritó, exigió, ese mismo día, la renuncia de Messi a la Selección. Llovieron memes y placas rojas. Di María no había completado el partido. En una jugada se había limpiado a cuatro. No había estado en la final del Maracaná, en Brasil 2014, y entonces fue a fondo. La pasión primero. Yo voy, yo puedo. Lo sacaron. Se lesionó.

“Por todas las otras”, le dijo Messi antes del 1-0 del sábado, “ésta va a ser tu final”.

Creerse grandes es una ficción hermosa. Quizá sea, después de todo, el mejor invento que tenemos: imaginarnos que todo, todo, pase lo que pase, va a salir bien. Que vendrá la tormenta y ahí seguiremos. El tobillo de Diego y la corrida de Cani ante Brasil. Después, pudo haber sido Palacio y la tiró por arriba; pudo haber sido Messi y pateó mal. En nuestras fábulas, un centímetro debe definir la biografía de una vida. Pudo haber sido Higuaín y llegó medio segundo tarde. Es la distancia que cambia los mundos. La injusticia. Por suerte, esta vez tocó, pero fundamentalmente, a quien le tocó fue a él.

La Selección le ganó una final a Brasil.

En el Maracaná.

Con un gol de Di María.

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