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Opinión

Neymar, el nuevo candidato de la Champions

Mientras el PSG mereció quedar afuera, el brasileño volvió a ser figura y fue el sustento que permitió la clasificación a las semifinales. Atalanta hizo méritos para ser el vencedor, pero se quedó en el camino

PSG mereció quedar afuera de la Champions, pero tiene a Neymar
PSG mereció quedar afuera de la Champions, pero tiene a Neymar (EFE)

Por Ignacio Fusco

El PSG cumplió 50 años hoy. Pasaron nueve (tenía 41) de cuando sufrió la crisis de la mediana edad: un equipo que tenía a la Torre Eiffel en su escudo hacía 18 años que no salía campeón. Fue entonces, recuerdan, cuando apareció el tío qatarí. El adulto proletario que hasta entonces había ganado con orgullo dos ligas, una Recopa y una Intertoto vio de repente cómo se le amontonaron siete de los últimos ocho campeonatos, veinte títulos en los últimos cinco años, vio cómo le compraron campos, departamentos de pozo, cómo le contrataron a un asesor contable, a un nutricionista, a un personal trainer, a Ibrahimovic, Lavezzi, Lugano, Cavani, Di María, Icardi, Mbappé, Neymar. Con estos últimos dos le dio vuelta el partido a un Atalanta que gasta por año, para mantener a su plantel, los mismos 35 millones de euros que gana por temporada el 10. La única buena noticia de todo esto es que la semana que viene no veremos al brasileño y al francés de vacaciones mostrando los abdominales en sus yates, sino jugando juntos otra vez. En lo que respecta al equipo parisino, el bon vivant del petróleo, el anexo de ellos, ah, sí: por primera en su vida, a los 50 años, jugará una semifinal de Champions League.

El Atalanta de Papu Gómez arrancó con la determinación y la valentía con las que juega en Italia y terminó, al revés de lo que sucede en estas historias, exactamente igual: con tres delanteros, marcando siempre mano a mano, incomodando los avances del rival. En la última media hora ya estaba en la cancha Mbappé, que se había lesionado un tobillo hacía dos semanas y volvió regenerado como Terminator-1000 (nota mental, también para ustedes: el hombre que lo había lesionado, tras el partido, se retiró del fútbol, no juega más). El alemán Tomas Tuchel lo tiró a la izquierda. Al ratito de entrar, Leandro Paredes le soltó un hermoso pase al vacío. El adolescente supersónico se mandó en diagonal y pateó al primer palo: tapó Sportiello, el arquero que ataja con la inmensidad del número 57, quietito y con sobriedad. Cada vez que la agarraba el francés parecía que había vuelto el público a Lisboa: había una vibración, una energía, una electricidad. Incluso, y acá está lo maravilloso, sin que sus compañeros se movieran nunca para distraer a los italianos que lo iban a marcar. Estaba claro que cualquier cosa que fuera a suceder en el partido, faltara el tiempo que faltara, iba a ser por a) un centro a la marchanta, b) una invención suya o de Neymar. No se entendió por qué no fue titular Paredes, tampoco por qué Icardi jugó casi de wing (o sí, para que Neymar trajera hasta la mitad a los defensores y se hiciera un hueco ahí, un vacío en el que contragolpearían él y Sarabia, algo que sucedió una vez nada más). En definitiva, lo que no se entiende, en realidad, es por qué un equipo se presenta en los cuartos de final de una Champions con semejante tristeza existencial. Esa apatía. El recuerdo corporal –tal vez, acaso– de cuando juega y se aburre con sus otros amiguitos, en la cuadra del torneo francés.

En las últimas diez Champions los equipos más chicos que habían llegado a semifinales fueron el Schalke de Alemania, Roma, Tottenham y el Monaco francés. Luego, los de siempre, la clase alta universal: Barcelona, Bayern Munich, Manchester United, el Real Madrid. Atalanta estuvo a dos minutos y el descuento. Josip Ilicic, su goleador, no juega desde hace un mes, todavía en su país, Eslovenia, nadie sabe por qué. El PSG tiene de suplente al alemán Draxler y ya se olvidó que esta Champions la comenzó con un jugador que era uruguayo y se llamaba Cavani. Tuchel, hombre grande, festejó los goles pegándole tres furiosos chas chas a una heladerita. Sus gritos sacados al cielo de Lisboa debieron haber rajado, al menos alguito, la burbuja de Portugal.

Mientras tanto, el italiano Gasperini había mandado al 2 (Caldara) a que lo achicara a Neymar hasta la mitad de la cancha, había soltado al Papu por la derecha y obligó al PSG a que jugaran todos siempre de espaldas y mal. El colombiano Zapata fijaba a los defensores y entre Pasalic, Gosens y Hateboer galopaban al espacio, furiosos, desde atrás. Después del 2-1, el otro colombiano, Muriel, tuvo una contra que pudo haber reseteado toda esta crónica. Le faltó la decisión y la fe del equipo en el primer tiempo, cuando para presionar, achicar y robar hizo 14 faltas. Doce y media deben haber sido a Neymar.

Hasta ahora, un jugador y tres equipos se habían presentado a la candidatura de la alegría europea: el Atlético de Madrid, el City, el Bayern Munich y un chico al que llaman Lionel. Ahora, en Lisboa, se sumó otro: Neymar. Miró la ascensión, cerquita suyo, el heredero de un jeque árabe que ayer cumplió 50 años, su anexo, algo llamado PSG.

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