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Opinión

Ojeda, de Boca, Martelli, de River y Lonigro, de Central: las goleadoras del fútbol femenino cuentan los secretos del puesto

¿De dónde salieron las goleadoras del torneo? Cómo aprendieron a definir, cuáles son sus movimientos favoritos y qué odian del puesto. De jugar con documentos prestados por ser demasiado chicas a pedir "una silla" cuando no les llega la pelota: las delanteras del primer torneo profesional cuentan todo y la clavan en el ángulo

Por Angela Lerena

Erica Lonigro lleva 17 goles en 14 partidos del torneo profesional femenino. Parece haber nacido para jugar de nueve: tiene gol -¡mucho!-, es rápida para correr con balón controlado, hábil para desequilibrar y activa para ocupar todo el frente de ataque. Cuando Rosario Central recupera la pelota, el pase sale automáticamente en busca de la 11; detrás de las centrales, de frente a la defensa o volcada a un costado, Lonigro siempre se ingenia para lastimar. Es la principal carta de gol de un equipo -el único en primera que no es porteño o bonaerense- que aspira a pelear el campeonato. Fue Roxana Gómez, DT de Central, quien la ubicó ahí. Érica parece haber nacido para jugar de nueve pero recién hace tres años se dio cuenta, cuando se encontró con la organización de Central. Hasta entonces, la futbolista de 25 años había notado que era rápida para las carreras del colegio, pero nadie había pulido sus cualidades futbolísticas porque nunca había integrado una división juvenil: su boleto al fútbol decía directamente “Primera”. “Venga aprendida”, podría haber dicho también.

Andrea Ojeda lleva más de 250 goles en Boca. O 300, nadie sabe, porque nadie lleva la cuenta y el papelito en el que ella iba anotando sus festejos se le perdió. Ojeda tiene 35 años y ya pasó por los españoles Albacete y Granada, donde las centrodelanteras, dice, tienen menos libertad. “Hay que quedarse en el área, fijar a las centrales, moverse poco y aguantar. Podés tirar una diagonal cuando dejan espacio las extremos, pero es más esquemático que acá”, cuenta. Acá, en el equipo que lidera el torneo, la nueve puede bajar a jugar. A veces le toca también ir de extremo y entonces, cuenta, hay que coordinar movimientos con laterales e interiores y asumir el compromiso de defender; casi un oxímoron para una atacante. Lo que menos le gusta a Ojeda de ocupar un costado no es presionar a la lateral sino que el juego vaya por el otro lado: “de extremo a veces se olvidan de vos, te dicen fijá la marca y querés que te pongan una silla”. Lo habla con la psicóloga, dice: cómo estar alerta cuando la pelota llega poco. Tener paciencia. Los 67 goles que hizo Boca en el torneo dan cuenta de bastante actividad para las delanteras. Para todas. Ojeda ya hizo 14.

Lucía Martelli es nueve desde los recreos del colegio. “No sirvo para otra cosa”, asegura, y cree que sus cualidades para el puesto nacieron con ella, hace 30 años. Tiene instinto para definir, no teme buscar la pelota con el cuerpo ni con la cara, ni ir a trabar, ni buscar de cabeza, como puede pasarle a otras mujeres que no compiten desde chicas. Como nueve se cansó de festejar en el torneo de la UBA -"me quedaba en la caja y metía un montón de goles"- ganó una Copa Libertadores con el Huila de Colombia y lleva 8 tantos en River, su equipo actual. Algunas cosas debió aprenderlas: a hacer relevos -"me cuesta pero me sirve"-, a salir del área para que las centrales pierdan referencia, a pivotear. Su aprendizaje se dio de adulta: como Érica y Andrea, no pasó por divisiones inferiores sencillamente porque no existían.

Martelli mira mucho fútbol para aprender. Fútbol de hombres, por ahora. El otro día, quedó enganchada con un movimiento de Antoine Grezmann y trató de tirarlo en la cancha: el francés parecía estático hasta que dio un pase a un compañero, metió un pique violento y la fue a buscar al espacio; un movimiento agresivo y fuerte. También mira a Luis Suárez, Edison Cavani y Mauro Icardi. De Independiente, el club del que es hincha, observa a Silvio Romero. Quiere mejorar la técnica “que no aprendí de chica”, la coordinación y el sprint corto. Es muy detallista y muy consciente de las falencias de su formación.

Ojeda también aprende mirando varones. “Definición”, lo que más observa. Sus maestros de la tele en la adolescencia fueron Gabriel Batistuta y Martín Palermo. Ronaldo fue el mejor delantero que vio y Luis Suárez, su favorito actual. Dice que aquello que hacen los hombres debe adaptarse a un fútbol con menos potencia y más espacio: “la misma cancha, para nosotras, es más grande. Hay que ser creativas”. Andrea tampoco hizo inferiores pero empezó a jugar en Primera a los 13 años, con documentos de compañeras mayores. En Temperley, recuerda, le hizo 7 goles a San Telmo con un DNI prestado. Un dirigente quedó impactado con el poder de fuego de Carmona hasta que un colega lo avivó: “ponete anteojos, Alberto. Esa no es Carmona”. Tuvo que aprender tantas cosas juntas y de grande que a veces le quedaba la cabeza explotada. Lo que quiere mejorar ahora es la definición: tirar una y otra vez con un entrenamiento específico para definir, “como hacen las arqueras para mejorar. Cuanto más entrenás, mejor te sale”.

A diferencia de sus compañeras de puesto, Érica casi no mira partidos. Dice que se enfoca en sí misma. Está aprendiendo sobre nutrición. Quiere mejorar su estado físico, su dominio de zurda. La cabeza, de adentro y de afuera: la mentalidad y el cabezazo. Sabe, también, que las defensoras vivieron sus mismas deficiencias formativas e imagina que habrá cada vez menos tiempo para pensar en el área cuando las rivales mejoren su rendimiento. Como Lucía y Andrea, lo celebra. Las divisiones juveniles que tímidamente toman forma en los clubes de la Primera División van a cambiar el futuro de las futbolistas. Aunque no todo se aprenda ni se enseñe: con o sin inferiores, las delanteras del fútbol argentino son las dueñas totales del torneo, y, de paso, una referencia femenina para quien quiera aprender a hacer goles por televisión.

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