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Opinión

Messi es Jordan: ideas para un documental

El crack argentino llegó a la marca de 700 goles en su carrera y ahora sólo le falta el documental. Cuatro historias de Lionel que lo emparentan con el ex basquetbolista

Lionel Messi picó el penal para meter el gol 700 de su carrera
Lionel Messi picó el penal para meter el gol 700 de su carrera (EFE)

Por Ignacio Fusco

Messi es Jordan. “Es Jordan –dijo Guardiola en 2012–. Domina todos los aspectos del juego, todos. ¿Cuántas personas hay en la historia que dominan absolutamente su deporte? Pocas. Y Messi es una. Como Jordan, igual”. Como Jordan, igual, su nombre se repite en todos los rubros, todos los superpoderes disponibles en la Liga española: nadie metió más goles que él en esta temporada (22), nadie asistió más veces (17), nadie pateó más veces al arco (63), nadie gambeteó más (158). Eso no es un jugador: es una falla en el sistema. Y esto, encima, a los 33 años, ahora, en un Barcelona insípido, sin color: ya sabemos lo que ha pasado cuando los que estaban a su lado eran Pippen, Rodman, Toni Kukoc y Steve Kerr. La bestia zurda llegó ayer al gol 700 de su vida profesional –llegó, como un viaje, un destino que no se podía evitar– y lo hizo, cosa de acercarse más a nosotros, con el peinado de un futbolista cualquiera, uno que quiere estar a la moda y entonces se copia de los demás: el flequillo de Martín Benítez en Independiente, las sienes rapadas al ras. De paso, como esos 9 que quieren llamar la atención, en el penal se le ocurrió que podía picarla y, finalmente –buenazo, empático–, su equipo jugó feo y no ganó.

Barcelona empató 2-2 con el Atlético de Madrid en un duelo que ha dejado una historia y una noticia. La noticia: que mañana a las 17 el Real Madrid quizá sentencie la Liga, cuatro puntos arriba si le gana Getafe, con 15 por jugar. La historia –que en las tapas de los diarios Marca, As, Mundo Deportivo y Sport apareció chiquitita– es, en cambio, lo que interesa acá: que Messi se ha inscripto en un club que tenía a seis hombres nada más. En más de un siglo de fútbol –en más de un siglo de fútbol– solo estos jugadores metieron al menos 700 goles: el austríaco Josef Bican (805), los brasileños Romario y Pelé (772 y 767), el húngaro Puskas (746), el alemán Gerd Müller (735) y Cristiano Ronaldo (728, con 143 partidos más que Lionel). “Es una adicción”, le dijo Jordan al periodista Wright Thompson, de ESPN Magazine, en un perfil que se publicó cuando cumplió 50 años Su Majestad. ¿Qué adicción? La adicción: competir, ganar, querer romper marcas, querer más. Hombres que son pleno presente. No hay un pasado irrecuperable, no hay un futuro que calcular. Es ahora, es esa pelota, imaginar el tiro, pensar cómo ganar. La vida, la cancha: no hay más. Eso es Jordan. Eso es Messi. Ahora solo le falta su documental.

El de Su Majestad, producido recién ahora, se hizo con la obsesión, la calentura, la soberbia y la perfección del Jordan que conquistó su sexto anillo, el Jordan de los 35 años, así que estamos a tiempo todavía. Eso sí, productores, por favor: que el documental muestre a Messi como realmente es, también obsesionado, también perfeccionista, también exigente, también calentón. No les tengan miedo a las palabras, no evitemos la humanidad. Mientras esperamos, podemos ofrecer algunas escenas. Historias de un tipo cuya normalidad es vivir al límite. Recuerdos de un hombre que es el mejor del mundo hace por lo menos diez años y sabe, por supuesto, que lo es.

Empecemos por éste. Es 2013. Neymar está a punto de ser refuerzo del Barcelona. Desde hace tres años más o menos que el brasileño se la pasa diciéndole a los medios que no hay nadie como Messi, que le encantaría jugar con él. “Es un genio”, dice. Ahora, el zurdo almuerza con unos amigos. Los amigos le preguntan por Neymar. ¿Qué le parece? ¿Le copa? ¿No le copa? ¿Qué onda? ¿Más o menos? ¿Sí? ¿No? La escena la contó el periodista Ramón Besa, biógrafo de Andrés Iniesta, en el diario El País de Madrid. Hay un silencio. Un tenedor tintinea en un plato. En estos momentos siempre es bueno un tenedor que tintinee en un plato. No olvidemos: es un documental. Los amigos esperan. Y Messi –su tono desganado, inapelable– dice: “Que hable menos de mí y no haga boludeces. Y que diga que viene a ganar”. Es Jordan. Es Jordan diciendo que se juega en la estratósfera, al lado suyo, allá arriba, o que si no se queden donde están. Inmediatamente, fast forward, Messi y Neymar transpiran juntos: una muralla de defensores y mediocampistas no los puede parar.

Otra: Messi filma su primer comercial. Tiene que levantar una pelota y acertarle a un cristal que está detrás de la cámara que lo poncha. La historia la cuenta el periodista Leonardo Faccio en una biografía buenísima: Messi, el chico que siempre llegaba tarde. Le dan la primera pelota. La levanta. Patea: le erró. Un asistente bufa, susurra: “Uh… hoy no terminamos más”. Messi lo mira: le dan otra pelota. Patea. Acierta. Vuelve a mirar al asistente, mira al director: “Dame otra”. El director le dice que ya salió bien, que no se preocupe: ya está, Leo, ya está. “Otra”, dice Messi. Se la dan: rompe el cristal. Mira al asistente, obviamente. Y, obviamente, dice: “Dame una más”. Messi prepara, apunta, dispara, como –fast forward– preparó, apuntó y disparó en el tiro libre supersónico al Liverpool, en las semifinales de la Champions League. La cosa no ha cambiado demasiado, más allá de esos tipos vestidos de rojo todos apretados enfrente suyo y las noventa mil personas alrededor. Simplemente hay que apuntar. Presente puro. Imaginar el tiro. Acertar. Romper el cristal.

A todo esto también podemos sumar –última idea que le concedemos al futuro guionista– una entrevista a un ex futbolista que dijo algo que no había contado nadie. Jerzy Dudek, glorioso arquero polaco que ganó la Champions con Liverpool en 2005 y después fue suplente en el Real Madrid, escribió en su biografía A big pole in our goal que Messi era un provocador. Nada raro, en definitiva: un tipo que se pica con los defensores, los intenta sacar. En un clásico contra el Real Madrid se cruzó con Arbeloa, por ejemplo, y después lo gastaba diciéndole “bobo, bobo”, exactamente lo mismo que le hizo una vuelta al arquero Pau López en otro clásico contra el Espanyol. Es el zurdito habilidoso y canchero que en la escuela se te queda mirando mientras se muerde el labio de abajo, alza las cejas, cabecea hacia arriba, porque –sabe– te va a bailar (y después te baila). “A Pepe y Ramos les decía unas cosas que nadie podía imaginar –escribió Dudek– de alguien que parece tan callado”. Claro: parece. A nosotros nos gustaría contar el humano, el que ha llorado porque Guardiola lo puso de suplente un partido, el que odia perder: el Messi Jordan, el Messi real. El nene que cuando aún vivía en Rosario una vuelta se peleó con su primo, estaban en su casa con su mamá y su abuela Celia y se puso tan pesado que le dijeron que se fuera a la calle. Lo echaron, aunque él lo supo después: cuando quiso volver a entrar la puerta estaba cerrada. La casa de la familia (todavía es de ellos) tiene un portón, un garaje. Con un flequillito que flameaba como el de anoche, Messi agarró unas piedras que vio en la vereda. Derecho, de una, tiró una contra el portón. Después le pegó una patada. Messi hermoso, Messi revoltoso, imparable, calentón. No sabemos si llegó a los 700 entre los piedrazos y las patadas. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que al ratito lo dejaron entrar.

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