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Opinión

Los negros, las mujeres y las trans

Mientras en Brasil hay un proyecto de ley para que las trans no jueguen con mujeres, Mara Gómez, nueva futbolista de Villa San Carlos, espera la habilitación de la AFA para sumarse al Torneo Rexona. Hace tres meses que espera. Desde 1900 hasta hoy, historias de un siglo lleno de prohibiciones que en el fútbol sufrieron siempre las mismas personas

Mara Gómez, futbolista de Villa San Carlos
Mara Gómez, futbolista de Villa San Carlos

Por Ignacio Fusco

Primero fueron los negros, después las mujeres y ahora –quizá, ojalá que no– las trans. “Monos en Buenos Aires –tituló el diario Crónica el anuncio de un amistoso que Argentina jugaría en Barracas, el 3 de octubre de 1920, ante Brasil–. Un saludo a los ilustres huéspedes”. La visita, enojada, eligió salir a la cancha con siete jugadores nada más, pero hacía justo una semana había terminado un Sudamericano al que el presidente de Brasil, Epitácio Pessoa, había ordenado asistir con jugadores que fueran “rigurosamente blancos”. En 1921, un año después, el torneo se jugó en la Argentina, y lo mismo: el presidente ordenó que Brasil viajara sin negros, cosa de evitar “el desprestigio patrio”. Bangu, un club de Río de Janeiro que hoy juega en la D, discutió en 1907 con la Confederación porque no le permitieron inscribir negros: valiente, retiró el equipo de la competición. Todo esto mientras, en 1921 y en el fútbol inglés, la Federación les prohibía a las mujeres la utilización de los estadios, que hasta entonces llenaban con exhibiciones y desafíos, porque –como decía el entrenador del Arsenal, Leslie Knighton– “cualquier persona familiarizada con la naturaleza de las lesiones recibidas por los futbolistas no puede sino pensar, al ver a las mujeres jugar, que podrían recibir golpes que podrían dañar sus futuras obligaciones como madres”.

Cien años, un siglo ha pasado y todavía estamos acá, pensando ahora si una chica trans puede jugar con otras chicas. Mara Gómez, nueva jugadora de Villa San Carlos, espera debutar en la Primera División femenina del fútbol argentino. Seguramente le dirán que sí. Todavía no hay pistas ni declaraciones oficiales pero ojalá que le digan que sí. Ojalá que este texto desaparezca mañana, sin ningún sentido para existir.

Gómez tiene 22 años y jugó en Las Malvinas, un equipo de la Liga Amateur Platense. En enero se sumó a Villa San Carlos, uno de los 17 equipos del primer torneo pseudo profesional del país. Mientras estudia enfermería, la delantera trabaja haciendo manicura, alisado de pelo, limpieza. No es, obviamente, la única trans a la que le gusta jugar. Michelle Ribarola es la arquera de Deportivo Armenio, en la B. Ángeles Helguera juega en Montoro, también en la Liga Amateur. Afiliado a la AFA, el campeonato salteño ha contado con Paola Suárez (Club Argentino del Norte), Brisa Cardozo (Gimnasia y Tiro), Bárbara Casares (Central Norte), Vanina Ríos y Ariana Chilo (Juventud Antoniana). En Río Negro juega Jezabel Tussy, una de las organizadoras de la primera Marcha del Orgullo Gay que se hizo en Viedma. La Federación de Entre Ríos le consultó hace dos meses a la AFA si podía aprobar la incorporación de Marcos Rojo, un chico trans, a Unión del Suburbio, un equipo de Gualeguaychú, y la AFA le dijo que sí. Romina Barrios, una trans, ha jugado en Unión del Suburbio, también. ¿Por qué, entonces, ningún funcionario de la AFA dijo algo sobre Gómez? ¿Por qué no ha llegado aún la aprobación? Porque en los reglamentos no hay referencia a las personas trans, argumentan. Y, entonces, argumentan, es la FIFA la que debe mandar. “Depende de lo que diga la FIFA, ordenó Alejandro Domínguez, el presidente de la Conmebol. Mentira: las federaciones tienen potestad para decidir por ellas mismas. Eso primero. Luego, y lamentablemente: la FIFA, justo “lo que diga la FIFA”, esa caverna multimillonaria que en 2011 inventó y publicó su único estatuto sobre el tema, el Reglamento para la Verificación de Sexo. “En las competiciones para hombres de la FIFA –se lee en el artículo 4– solamente tienen derecho a participar hombres. En las competiciones femeninas de la FIFA, solamente tienen derecho a participar mujeres”. Último momento, placa roja, spoiler: genial, entonces, porque Gómez es mujer.

En aquel 2011 aún no se había promulgado la Ley de Identidad de Género en la Argentina, y en aquel 2011, también, jugó por primera vez una persona trans en el universo de la FIFA. La 2 de Samoa Americana era Jaiyah Saelua, ex Johnny Saelua, una chica trans que estuvo en una victoria histórica, la primera de la vida de la selección, un hermoso 2-1 a Tonga por las Eliminatorias para el Mundial de Alemania 2006. Ésa es la buena, el antecedente que acaso Gómez necesita. La mala: en su documento Jaiyah aún era Johnny, así que jugó para los chicos, la selección masculina. En Samoa no existe la palabra trans, Jaiyah es parte de una comunidad que se llama fa’afafine, una especie de tercer sexo en la cultura de Oceanía. O sea que quizá la FIFA gane otra vez; menos de diez nanogramos por mililitro de sangre en el año previo a la competencia, el histórico rezo biológico del COI, la otra leyenda que tiene a mano la institución que preside Gianni Infantino, su escudo ideal. Pero esto es fútbol, no debería ser literal la traducción.

"Ponele que hacemos un Test de Cooper y ése que está allá tiene más resistencia, es más fuerte, lo hace mejor, más rápido que yo. Ahora tenemos que jugar al fútbol. ¿A quién elegís, a él o a mí?", le preguntó una vez Diego Armando Maradona al preparador físico de su versión inhumana, 1984-1990, Fernando Signorini. No hay más noticias para este boletín: en un juego cuyo centro de poder es el cruce de talentos y habilidades, ¿cuándo ha sido una garantía saltar más alto o poner el cuerpo con la prepotencia de Hulk?

"Y hay mucho desconocimiento, además, con el tema del tratamiento hormonal", contó Alba Palacios, la primera mujer trans del fútbol español, en una entrevista con el sitio Madridiario. Palacios debutó en Las Rozas en 2018, pasó por Samper y ahora juega en Madrid CFF B, en la Segunda División. A diferencia de Jaiyah, ella sí se llama Alba en su DNI. Es, quizá, la historia más parecida a la de Mara. A ella también le dicen que tiene “mucha ventaja”, que sale a la cancha y es un chico el que juega pero –sigue Palacios– "yo tomo cinco pastillas al día, he perdido siete kilos de masa muscular, he perdido rendimiento, tengo una circulación que, por el tema de los estrógenos, es más densa; tengo dolor, náuseas, mareos, calambres. Métanse mi tratamiento hormonal y pónganse a jugar al fútbol, a ver si tienen ganas después".

Porque hay algo que la medicina no sabe, no le importa o no sospecha, y es que es la coartada ideal. “De ninguna manera podemos aprobar la exposición imprudente a la violencia de los órganos femeninos”, se escribía hace cien años en la revista British Medical Journal. Hay una nota buenísima del periodista Jim Weeks en el sitio Vice sobre el fútbol de las mujeres en Inglaterra, uno de los países en los que se les prohibió jugar: un día de 1919 treinta y cinco mil personas se agolpaban en la cancha del Newcastle para ver un amistoso de Dick Kerr’s Ladies, el mejor de los 150 que equipos había entonces en el país, y otro día de 1921 un grupo de hombres decidía que eso no tenía existir más. Ya no hubo estadios ni colaboradores ni campos de entrenamiento ni árbitros para ellas, que tampoco pudieron ser jueces ni asistentes ni nada. Lo mismo pasó entre 1940 y 1970 en Francia, Alemania y Brasil, donde en un decreto de ley un hombre sintió y decidió que debía escribir esto: "A las mujeres no se les permitirá practicar deportes incompatibles con la condición de su naturaleza". Decreto de ley Nº 3.199, día 14 de abril de 1941, artículo 54, gobierno de Brasil.

Así que las mujeres –presidencia de Getúlio Vargas– no pudieron jugar más al fútbol en su país.

Solo en Rio de Janeiro había entonces al menos diez equipos que competían, pero claro: sus órganos, la naturaleza, la forma inmaculada de sus cuerpos, la poquita testosterona que no se debía alterar. El orden del hombre, la ley de la medicina. La bendita misión de saberlas cuidar.

Pasaron cien y ochenta años de todo aquello y pasarán cien y ochenta años también ahora, pero ahí está la llave, el desafío: saber en el presente qué será insólito e injusto después. Liberarse, vivir en el futuro. Avanzar juntos. Sin miedo. Con amor.

"Juega bien Mara, es rápida, tiene buena pegada. No era la mejor jugadora de la Liga ni tampoco de su equipo pero cuando la buscaban al vacío, aceleraba y, ahí sí, ya no la agarrabas más –le cuenta a TNT Sports Julieta Martín, volante central de For Ever, varias veces rival de la ex delantera de Malvinas. Mara era capitana, re respetuosa, las compañeras y nosotras la re queríamos. La única diferencia que siempre noté la hacían los árbitros. Con nosotras juega Ángeles Helguera, una chica trans, y tanto a ella como a Mara dejaban que les pegaran, no les cobraban nada. Eso y algunos gritos de los hinchas, sí, bueno, a veces las re bardeaban. La última vez que jugamos contra Malvinas perdimos 2-1 y Angie se puso recontra mal, se largó a llorar, nosotras pedimos que sacaran a los hinchas, el partido se paró. Esas cosas eran las que a veces pasaban. Pero en el juego no, en el juego era buena como también lo son otras, todo re bien".

En el juego, subraya Martín, todo re bien. En el juego, o sea: lo relevante, lo definitivo, sobre lo que se debería hablar. Un juego en el que la fortaleza y la velocidad pueden no servir para nada. Un juego en el que siempre, en todos los partidos, hay alguien con un superpoder, pero ése es el chiste: cómo lo desactivás. Un juego que es ante todo técnica, un juego que es encima el juego de los lentos y los bajitos, el juego de los que imaginan mejor.

"El fútbol –dijo Maradona– es engaño".

¿Y por qué entonces este texto tan pesado y prejuicioso, este enorme dique de palabras antes de que la AFA o la FIFA decidan qué sucederá? Porque, mientras tanto, en San Pablo, Ceará y Mina Gerais, en Brasil, hay un proyecto de ley que “prohibirá –en palabras del diputado André Fernandes– que los atletas trans participen en competiciones femeninas”. Porque, mientras tanto, acá, algunos dirigentes y entrenadores se preguntan si la autorización para que Gómez juegue acaso no motive un escenario injusto y mortal: ¿y si mañana un equipo busca y pone de titulares a tres trans, que son más grandes, más fuertes, y nadie les puede ganar? Gran idea, raro no haberla pensado antes: una comunidad que tiene una expectativa de vida de 35 años, que elige y goza y sufre un cambio de sexo, de identidad, que históricamente ha sido atacada hasta abandonar clubes, colegios y hasta a sus propias familias, se congregará para buscar, detectar y elegir a sus mejores ochenta jugadoras, conseguirá financiamiento de un jeque árabe y fundará tres clubes que dominarán el balompié nacional. A Mara Gómez la obligaron en el colegio a usar el baño de discapacitados, una mañana cuando tenía 15 años pensó en matarse tirándose abajo del primer colectivo que pasara por la calle pero lo que en realidad está haciendo ahora, insólito que no lo viéramos antes, es planear secretamente que el mundo sea suyo con una impasable línea de tres.

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