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Opinión

La mejor noticia del año

Finalmente, ha sido un futbolista la persona que inauguró oficialmente esta nueva normalidad: desde hoy, Lionel Messi no jugará más donde siempre jugó. El dolor, sin embargo, es en este caso solo culé. Para el público argentino se abre una historia nueva, quizá tan emocionante como la anterior

Lionel Messi quiere irse de Barcelona
Lionel Messi quiere irse de Barcelona (EFE)

Por Ignacio Fusco

La nueva normalidad es una cosa horrenda: la tele dejó de pasar al Chavo y ahora se nos fue Lionel. Tal vez, no lo sabemos, algún canal esté tramitando ahora empezar a pasar sus partidos viejos, cosa de reemplazar de una vez por todas el hondo pozo que nos dejó la vecindad. El fútbol es el dibujito animado que vemos los adultos, y no estaría mal, a la hora de la merienda, antes de que nos lleven a piano o taekwondo, que irrumpa en la tele el baile a Del Horno en la Champions o su primer hat-trick al Real Madrid. Finalmente ha sido un futbolista la persona que inauguró oficialmente este otro mundo: desde hoy, Lionel Messi no jugará más donde siempre jugó. Volverán los bares, los teatros y los pogos, pero el superhéroe que vestía la capa azulgrana del Barcelona ya no.

El fútbol es infancia, es asombro y tiempo. La fascinación que sentimos por el Barcelona de Guardiola y Messi fue, incluso de grandes (fundamentalmente para los que estábamos grandes, porque ya teníamos otros ídolos, el fútbol nos interesaba y después dejó de interesarnos, ya habíamos llenado el álbum de algún Mundial), la misma que te había alborotado cuando viviste el poder cultural de este juego por primera vez: todo eso que ahí estaba pasando era algo que no habías visto jamás. De la infancia te queda el recuerdo del vuelo de un arquero que quizá no fuera el mejor ni el más grosso, pero era el primero y era el tuyo: Landaburu, Saja, Cancelarich. Se va a la cancha para intentar verlos de nuevo a ellos, ese fracaso que cada fin de semana sucede una vez más. Pero ahora, de repente, a través de la tele y en otro país, 11 tipos de los que no habías escuchado hablar nunca se pasaban la pelota haciendo algo que se suponía era fútbol pero en realidad no: en la misma cancha de toda la vida habían nacido otro juego, otra inteligencia, otra lógica, otra velocidad. Messi en el Barcelona inventó el futuro. El toqueteo hipnótico que durante 90 minutos se mandaron Dani Alves, Pedro, Villa, Xavi, Iniesta, Busquets y él durante la final de la Champions 2011 contra el Manchester United fue como una segunda infancia, yo no había visto eso jamás. Nos la pasamos hablando sobre resultados pero no hay nada más eterno que el impacto de la belleza; después de aquello, estuvimos diez años mirando un equipo que antes no nos importaba solo para que esa luz volviera a suceder. Argentinos con barba frente a la tele, abriendo los ojos después de que diera tres vueltas mortales el trapecista de Cirque du Soleil.

El primer avión que Messi se tomó en su vida fue cuando viajó a Barcelona. Fue hace veinte años, y nunca más volvió. Cuando se enteraron los amigos y los vecinos de su cuadra salieron todos a despedirlo: se acuerda él y su hermano Matías de que no podían parar de llorar. Tenían miedo. Algo terminaba, como ahora, pero –también como ahora– una segunda infancia va a comenzar.

Es la mejor noticia del año: mírenlo, bajo el cielo de Manchester, esperando que empiece el partido. Mírenlo, su barba roja, vestido todo de celeste, relojeando hacia un costado, haciéndole una seña a Pep que todo está bien. Todo, todo está bien.

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