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Opinión

El mundo de Bielsa, el mundo de Neymar

En tiempos de coronavirus, dos historias sobre ídolos multimillonarios y su mirada sobre la diferencia de clase con los demás. La frase de Tevez que indignó al Ascenso. La burbuja del fútbol, agrietada por esta pandemia que paró la actividad

Marcelo Bielsa y Neymar, los protagonistas de esta historia
Marcelo Bielsa y Neymar, los protagonistas de esta historia (EFE)

Por Ignacio Fusco

Esta historia empieza con Marcelo Bielsa y termina con Arsene Wenger. En el medio, como corresponde, la pandemia, el virus que –como quería Mafalda– paró el mundo, aunque con un detalle que ella nunca había previsto: nadie se puede bajar.

Hace algunos años, Bielsa se hospedó unos días en el Centro Adventista de Vida Sana, una clínica de desintoxicación –alimenticia, espiritual– que queda en Puiggari, en la provincia de Entre Ríos. No era la primera vez que lo hacía, tampoco sería la última: de hecho, tiene una casa en la ciudad. Una de esas veces, unos estudiantes de la Universidad Adventista del Plata lo vieron por ahí. Eran chicos que jugaban al rugby en un club que se llama Diamantino, de la ciudad de Diamante, también en Entre Ríos, a 20 kilómetros del centro en el que Bielsa se alojó. Luego de contarles el descubrimiento a un dirigente y al entrenador, entre todos decidieron algo: averiguar dónde quedaba la casa, averiguar cuándo volvía, dejarle una nota en la que le decían que lo querían conocer. Diamantino era un equipo amateur, el típico equipo de pibes de 17, 18 y 19 años que luego se juntan cuando tienen 45 y se asombran de que alguna vez en su vida decidieron entrenarse tres veces por semana, de que alguna vez lograron la imposible hazaña de correr: eso era Diamantino, el equipo pequeño y único en el que todos vivimos alguna vez. La cosa fue que lo lograron, lo contactaron, y lo que pasó después fue todo, todo, todo esto: un día Bielsa les dio una charla, otro día intentó que tuvieran como sponsor de la camiseta a una marca de telefonía celular, otro día supo que la cancha en la que jugaban no era propia y se movió para que el Ejército les diera un campo que no se usaba para que lo trabajaran y tuvieran su cancha propia, su propia patria, su barrio definitivo, ahí; otra vuelta hasta le mandó un mail al entrenador del equipo diciéndole “mañana jugamos contra Nogoyá”, adjuntándole un archivo que tenía movimientos del rival y estrategias e ideas para vencerlo. Un demente, está claro: un hermoso demente necesario total. Lo asombroso fue además que el entrenador no había previsto ni acordado ese correo, le cayó de la nada, lo mismo que cuando otro día le apareció en su casilla el mail definitivo, la cartita final: Bielsa le contaba que había conseguido trabajo y que debía irse del país. Estamos hablando de un hombre que ya había sido campeón del fútbol argentino, ya había sido subcampeón de la Copa Libertadores, ya había dirigido en Europa, ya había sido campeón olímpico, ya había dirigido un Mundial. Ese hombre, en ese mismo correo, le escribió: “Como no voy a estar más presente físicamente, por el dinero que yo voy a cobrar, lo que ustedes necesiten, me piden, por favor”.

“Por el dinero que yo voy a cobrar”, le escribió Bielsa, metiéndole un megáfono enorme a ese yo, o sea, yo, multimillonario de clase alta, “lo que ustedes necesiten”, o sea, ustedes, personas que quizá nunca ganarán lo que yo consigo en un mes, “me piden”, o sea, me buscan, equilibran la balanza, la equilibran, “por favor”.

En el medio de esta calesita quieta que parece ser ahora el mundo, en el medio de esta cuarentena que al silenciar las industrias agrietó también el cofre dorado de los deportistas más grossos de la actualidad, el Leeds United fue uno de los primeros clubes en anunciar que tanto el cuerpo técnico como los jugadores aceptarían una rebaja de sus sueldos –decisión que nace más de la política y la matemática que de la caridad, una obviedad económica para que cobren primero y sin pausas los utileros, los empleados administrativos, el personal de mantenimiento, todo el pueblo invisible que sostiene el mecanismo y la belleza del show. Es obvio que esta decisión no está relacionada con la historia de Diamantino, pero sí que en aquel correo Bielsa ya había alumbrado uno de los temas sociales y deportivos que la pandemia ha aflorado, la sideral diferencia entre “ustedes” y “yo”. Ustedes: los más de tres mil jugadores del Ascenso que, como escribió el delantero Luis Salmerón en Twitter, “viven al día con sus sueldos”, posteo que fue una continuación, un hilo a lo que había dicho Carlos Tevez, o sea el “yo”: que hay jugadores –como él– que pueden vivir seis meses o un año sin trabajar. Un año: fue generoso. Un lustro, quizá, también.

Esta semana nos enteramos también que la FIFA tiene reservas por 2.745 millones de dólares –y, como corresponde, como hay que salvar al mundo, las puso a disposición. Nuevamente ustedes, nuevamente yo: las reservas de Nicaragua y Panamá (los países, no las selecciones) eran hace dos años de 2.261 y 2.121 millones de dólares respectivamente, un poco menos que la FIFA, mientras que –otro ejemplo– en Ecuador, el Banco Central informó en 2019 que el Estado dispone de 3.168 millones de dólares, lo mismo que gastan cada año en sueldos todos los clubes de la Premier League. Porque lo que acaso ha hecho la pandemia fue ante todo eso, alumbrar los horrores que tenía la normalidad. También esta semana le han pegado fuerte a Neymar por haber subido a sus redes algunas fotos con la decena de amigos con la que vive, un grupo que se llama tois: amigos contratados, gente a la que el delantero le paga un sueldo para que esté con él. Seguramente en esa clase pensó Tevez cuando dijo que había jugadores que podían vivir sin cobrar, un tipo que gana 35 millones de euros por año en el PSG. Son –hagamos la cuenta– 2.400 millones de pesos. Boca –el Boca de toda la vida– destina 2.100 millones de pesos por año para mantener al cuerpo técnico y al plantel. O sea que Neymar puede tomarse un año sabático y ponerse a financiar las subidas de Buffarini, divertirse con todas las veces que Wanchope cae en offside.

Ahora sí: llegamos, finalmente, a la historia de Wenger. Es así. Antes de haber dirigido durante 22 años al Arsenal inglés, el francés tuvo otras vidas: se recibió de economista en Estrasburgo, vivió en Japón. A los 20 años, mientras estudiaba, quiso ver cómo funcionaba el comunismo. El periodista inglés Ben Lyttleton contó este viaje en una crónica que escribió para una revista libro argentina que se llama Don Julio. Wenger se fue de su casa y vivió un mes en Hungría, en Budapest. Al tiempo –ya ídolo, ya héroe, ya millonario, ya técnico del Arsenal de Lehmann, Vieira, Bergkamp, Pires, Henry– contó lo que había vivido, lo que había pensado, en una entrevista con el periódico británico Daily Mail: “El modelo comunista no funcionó, pero el modelo capitalista que rige hoy tampoco parece sustentable. La gente, sin embargo, acepta que 50 personas sean dueñas del 40% de la riqueza mundial. ¿Es eso humanamente defendible? ¿Podemos aceptarlo cuando dos mil millones de personas sobreviven con dos dólares al día? No creo que lo podamos aceptar durante mucho tiempo más”.

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