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Opinión

Alonso era más que Riquelme

La diferencia es ínfima, casi imperceptible. Resulta impactante la carrera de Román y su significado en la historia de Boca. Además, el tiempo juega en contra del Beto porque muchas de sus hazañas se rescatan con dificultad, en blanco y negro, y algunas hasta se perdieron. Sin embargo, por algunos matices técnicos y por el gol, el 10 de River gana ese mano a mano imaginario apto sólo para exquisitos

Beto Alonso y Juan Román Riquelme
Beto Alonso y Juan Román Riquelme

Aquí, Norberto Osvaldo Alonso, el mejor 10 en la historia de River. Allá, Juan Román Riquelme, el mejor 10 en la historia de Boca. ¡Qué placer sería disfrutar a esos futbolistas colosales ahora, ya, al mismo tiempo! ¿Quién podría más en ese Superclásico de talentos únicos? ¿El Beto o Román? Existe una diferencia ínfima, casi imperceptible, pero Alonso era más que Riquelme...

El juego del espejo lo muestra al Beto en desventaja por una cuestión generacional. ¿Cuánto más grande sería Alonso si su carrera se hubiese desarrollado en estos tiempos globalizados, híper tecnológicos, con muchas cámaras atentas a cada una de sus genialidades y repitiéndolas con perfección total desde todos los ángulos, con las redes sociales viralizando sus ocurrencias con la pelota y expandiendo su imagen con fuerza máxima

¿Dónde está el gol que hizo Alonso y no pudo hacer Pelé? Se esfumó. No hay registro fílmico claro, nítido. Apenas el cierre de la acción, pero borroneado, vacío de sustancia. Una pena que no se pueda contemplar y repasar mil veces esa gambeta al arquero sin tocar la pelota y luego el impacto suave al arco vacío.

Fue una obra de arte que se perdió: el amague con el cuerpo para que la redonda pase por un costado del “1” engañado, la corrida por el otro lado y el reencuentro con el balón. Todo eso se lo hicieron O'Rei a Marzukiewicz en semis contra Uruguay del Mundial '70 (una maniobra que sí anidó en el archivo) y el Beto a Santoro en una goleada a Independiente de 1972. Eso sí, el tiro final al brasileño se le fue apenas desviado. En cambio, el 10 de River, con un ángulo de más sencilla resolución, la mandó adentro. “Es el Pelé blanco” lo bautizó su técnico Didí, compañero del 10 de Brasil en aquel Mundial.

No necesita descripciones el caño sensual de Riquelme a Yepes en el Superclásico mítico de la Libertadores 2000. No es como el gol que hizo Alonso y no pudo hacer Pelé. No es una especie de leyenda que permite diversas lecturas sobre su magnitud. Ahí está. A la vista. Hay que hacer click en internet y aparece ese momento fantástico de Román.

Es una cuestión temporal. Todas las aventuras de Román resultan mucho más cercanas. Ahora bien: ¿cuánto menos se valorarían esas perlas mágicas de Riquelme si hubieran sucedido en blanco y negro, a principios de los 70 y no en el segundo lustro de los 90, con múltiples joyas desteñidas por una época artesanal de la televisión, algunas imposibles de rescatar? Tan grande fue Riquelme que ocurriría lo mismo que con Alonso. Sería igual el 10 más grande en la historia de Boca aunque se hubieran perdido las imágenes de su túnel a Yepes.

Jugaron en épocas distintas Alonso y Riquelme. El fútbol era diferente en preparación física, ritmo, velocidad, pelota y estado de los campos, entre otros matices. Sin embargo, la esencia, el puesto, el número en la camiseta, la trascendencia en la historia de los dos gigantes argentinos, los une y habilita el mano a mano.

No se sacan ventajas en muchos ítems. La zurda del Beto y la derecha de Román pintaban en cada jugada con pelota detenida. Viajaban a los ángulos, por abajo o por arriba de la barrera, al palo más lejano o más cercano del arquero. Empatan en la pegada deliciosa, igual que en la influencia que ejercieron en sus equipos, en la capacidad para lanzar, en el atrevimiento para arriesgar, en la valentía para jugar inclusive en las situaciones más adversas, en la belleza de los desplazamientos y de las ejecuciones, en las polémicas abiertas con sus entrenadores.

Riquelme era más estratega, más pensante, más cerebral, protegía mejor la pelota. Alonso también destacaba por inteligencia, por capacidad de reflexión, pero no tanto como Román. Eso sí, el Beto era más eléctrico, más punzante, más directo, más vertical. Recién en el tramo final de su etapa como futbolista, el que mejor registró la televisión, el 10 de River eligió ser más lanzador que visitante de áreas rivales. Al cabo, distinguidos ambos por una inteligencia suprema, sabían cómo exprimir a la perfección todas sus condiciones técnicas y físicas, según el momento de sus carreras por supuesto.

Mejor asistidor era Riquelme. Más goleador era Alonso. Tal vez esas particularidades en cada uno se fueron acentuando por los jugadores que corrían alrededor. En aquellos Boca ganadores que integró, Román era el encargado absoluto de la elaboración y de nutrir a delanteros que marcaron una era, como Palermo, Guillermo y Delgado.

En especial en las versiones de los '70 dirigidas por Angel Labruna, en aquellos River exitosos que potenció, Alonso se soltaba mucho más en ofensiva con tranquilidad porque Jota Jota López asumía la organización con sabiduría excelsa. Claro que el Beto además se las ingeniaba para asombrar con asistencias sensuales.

Esos dos 10 descomunales jugaron casi la misma cantidad de partidos en Boca y en River, pero el Beto gritó casi el doble más de goles que Román. En 420 partidos con la banda roja en diagonal, Alonso convirtió 160. Mientras que Riquelme, con la banda amarilla en horizontal, marcó 92 en 388 encuentros.

Nada es casual. Alonso pisaba el área rival mucho más que Román entre otras cosas porque contaba con mayor cambio de ritmo. También en situaciones con pelota en movimiento y/o detenida varias veces aparecía el Beto cabeceando a la red. Justamente ahí, en el cabezazo, el 10 de River también supera al 10 de Boca.

Riquelme marcó al Boca exitoso de todos los tiempos, en las tres Libertadores, en la Intercontinental contra el Real Madrid, agigantándose en los clásicos, de todos los modos imaginados. Todo está muy fresco. Y si alguna de sus fantasías se evaporó, sólo hay que hacer click.

Parece más valioso, más impactante, lo de Román en Boca que lo del Beto en River, pero... Alonso supo ser trascendental en la historia de River para romper el maleficio de los 18 años sin títulos: hizo 28 goles en 40 partidos durante la temporada; dos de ellos decisivos en su regreso ante San Lorenzo, uno de cabeza y otro de rebotero. A la cuenta internacional, pendiente en sus dos primeras etapas en el club, la saldó el Beto en el último tramo de su carrera. Fue clave en el equipo campeón de América (por ejemplo, hizo el segundo gol en el 2-1 de la final de ida ante América de Cali) y del Mundo (a pura lucidez, ejecutó rápido el tiro libre que Alzamendi transformó en el 1-0 de la coronación ante el Steaua rumano). Como Román, el Beto en los superclásicos se agrandaba. Hasta dio la vuelta olímpica en la Bombonera después de hacerle dos goles a Gatti, el primero de cabeza y con la emblemática pelota naranja.

Saliendo de Boca y de River, Riquelme le gana a Alonso en el rubro “aventuras europeas”. El de Boca no se afirmó en el Barcelona, pero dejó una huella en el Villarreal. El de River sólo tuvo un paso breve por el Olympique de Marsella, con pocos partidos por las lesiones y con un rápido regreso para no perderse la Selección dirigida por un Menotti que en ese entonces no citaba extranjeros.

Al Beto y a Román les faltó más Selección. Sin embargo, aunque jugó menos partidos que Riquelme de celeste y blanco, Alonso fue campeón del mundo en el 78. Con la camiseta 1, el Beto se transformó en clave en el debut contra Hungría: ingresó desde el banco y jugó un ratito, pero lo hizo a puro desequilibrio y guapeza, con un taco que abrió la jugada del gol del triunfo. Después, lo lesionaron. El 10 de Boca fue campeón olímpico.

Ahí están Román y el Beto, en ese mano a mano apto sólo para exquisitos. La diferencia es ínfima, casi imperceptible. Por el poder de gol, por el cabezazo y por el cambio de ritmo, por matices, Alonso era más que Riquelme.

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