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Opinión

A River le vino bien el descenso

La caída a la B Nacional fue igual a tocar fondo. Ahí, en una instancia límite, el gigante millonario se comprometió a resurgir con múltiples pruebas de amor desde distintos lugares. Como nunca antes le había sucedido, se transformó en especialista en copas y construyó una paternidad asombrosa sobre Boca. Volvió con tanta fuerza que se hizo más grande de lo que ya era

El descenso de River
El descenso de River (Fotobaires)

¿Una mancha imborrable? ¿Una herida que jamás cicatrizará? ¿Un puñal necesario para reaccionar? Son apenas tres preguntas entre miles disparadas por un debate millonario que se reaviva desde hace casi una década siempre en los últimos días de junio, con el recuerdo del peor momento deportivo en la historia de River. ¿Qué representó el descenso? No todos los sentimientos son iguales. Impacta diferente en los jugadores, en el cuerpo técnico, en los dirigentes, en los hinchas propios y también en los fanáticos rivales. Cada uno puede exponer una postura distinta con razones híper convincentes, de acuerdo a las experiencias personales y por qué no a las conveniencias. Sin embargo, partiendo de una obviedad (siempre es mejor mantenerse en Primera) y de las evidencias inmodificables (el doloroso 26 de junio de 2011 y la gloria después acumulada), se desemboca en una conclusión con tono de sentencia: a River le vino bien el descenso.

En este fútbol argentino azotado por el exitismo, todo se exagera. Lo bueno y lo malo. Entonces, el descenso se observa como un drama sin después, sin revancha. Como una especie de muerte futbolera. Parece que a los grandes no les toca, pero no es tan así. Ya les ocurrió a muchos y en todo el mundo. En Brasil, a Corinthians, Fluminense, Gremio, Inter, Palmeiras y Botafogo. En Inglaterra, al Liverpool y al Manchester United. En Italia, a la Juventus y al Milan. En España, al Atlético de Madrid. Aquí les había sucedido a San Lorenzo, Racing e Independiente. Y le tocó a River. A cualquiera le puede pasar. Depende cómo se lo afronte.

Muchas veces el descenso se transforma en una oportunidad para reinventarse y para volver a ser con una fuerza inusitada. En Núñez hay un ejemplo irrefutable. River se fue a la B y, a partir de esa desgracia, se fortaleció tanto que hoy parece inmune a todo.

Matías Almeyda, que estuvo en cancha aquel 26 de junio fatídico, sentimental como es, no pudo dormir y esa misma madrugada posterior al descenso le pidió al presidente Daniel Passarella ser el técnico en la Primera B Nacional. No quería el Kaiser que se expusiera y le dijo que estaba loco, pero el Pelado lo convenció.

Fernando Cavenaghi, con 27 años, y Alejandro Domínguez, con 30, podrían haberse quedado en la comodidad de otras ligas desbordadas por los millones, pero apenas coronado el desenlace menos pensado manifestaron sus ganas de sumarse a la aventura de reconstrucción. El Torito llegó tras rescindir su contrato con el Inter de Porto Alegre y el Chori arribó proveniente del Valencia. Vaya si aportaron.

En plena vigencia, pocos días antes de cumplir los 30 años, Leonardo Ponzio, que ya había tenido una etapa con la banda roja en diagonal, no dudó en abandonar el fútbol español para regresar a River en el primer semestre de 2012. Todavía restaba media temporada por transitar en la B Nacional. Sabía que cada pelota iba a ser una bola de fuego, pero no le interesó. Volvió.

David Trezeguet, de magnífica trayectoria europea y campeón del mundo con Francia, observó aquel día negro desde la platea Belgrano, a pasitos del palco de prensa. En el momento en que Sergio Pezzotta decretó la suspensión del partido y el final, ese goleador fantástico estaba de pie y quedó congelado unos segundos, mirando sin entender... Seguro que en ese instante decidió ser parte. A los pocos meses, se estaba calzando la camiseta de River para recorrer el segundo tramo del campeonato en la B Nacional.

El hincha de River, el genuino (no esos barras que apretaron al árbitro en el entretiempo y que luego provocaron destrozos y siguieron metiendo miedo con libertad total), acompañó al equipo con fidelidad absoluta, a la altura de la grandeza del club.

Sobran opiniones, miradas. Depende de los emisores en cuestión, de sus modos de entender y de vivir este juego. Carlos Arano, hombre del descenso y también del ascenso, asegura “que los jugadores de River envejecimos cinco años en la B Nacional”. Para Oscar Ruggeri, campeón de la Libertadores y de la Intercontinental con la banda roja en 1986, “la mancha de descender River no se la saca nunca más. Toda la gente que participó en el descenso está manchada, jugadores, técnicos, dirigentes... Nadie quiere estar en ese momento. No salís más. Passarella no puede andar por la calle”.

Cada uno sabrá. River salió. Supo generar un compromiso potente y se reinventó. Después, ya en Primera, Ramón Díaz no le temió al desafío de refrescar su historia inmaculada como entrenador y aportó más gloria con el primer título luego del descenso. En esa vuelta, el presidente ya era Rodolfo D'Onofrio, quien había elegido como mánager a Enzo Francescoli. El adiós de Ramón sorprendió, pero sirvió para darle paso a una elección que marcó la nueva era: Marcelo Gallardo, el arquitecto de muchos equipos ganadores. Tanto disfrutó River que se convirtió en un especialista en copas internacionales, un ítem que a lo largo de su historia le había costado alimentar. También construyó una paternidad sobre Boca tan fuerte como nunca antes, redondeada con finales para la memoria, con la Libertadores en Madrid como hito casi imposible de igualar.

Juan Pablo Carrizo, hace muy poco, en TNT Sports, aseguró: “Era necesario el descenso, a veces hay que tocar fondo”. El arquero de aquel equipo que se fue a la B, que un par de meses atrás volvió al Monumental y hasta algunos tibios aplausos recibió, tiene razón. Claro que existen las obviedades: siempre es mejor no descender. También se imponen las evidencias imposibles de modificar: la caída a la B Nacional y la posterior reinvención desbordada de gloria. Ahí está la sentencia: a River el descenso le vino bien. Le sirvió tocar fondo para despegar y para volar tan alto que es más grande de lo que ya era.

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