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Nacional

El Trinche, el poder de la imaginación

¿Cómo jugaba? ¿Era tan bueno como se decía? El Trinche quizá sea el último héroe del fútbol imaginado. Él, que no aceptó las reglas, no se interesó en ellas, nos entregó el permiso de la ficción

Por Ignacio Fusco

Lo único que hacemos es contarnos historias. Sin buscarlo, sin saberlo, todo el tiempo. El otro día fuimos con los pibes a. No sabés la que me pasó con. Es lo único que hacemos, incluso cuando no podamos ser fieles nunca, porque contar tiene una condición involuntaria: hay huecos que la imaginación llena y entonces las cosas se tuercen, se falsean, a veces ganan luz. El Trinche fue eterno (se retiró hace 34 años, jugó en el Ascenso y no vimos nunca un partido suyo) porque fue, ante todo, una historia. Una historia que tiene, encima, el enigma más potente de todos: pon una puerta cerrada –con candado, en el ático– y todo el mundo va a querer entrar. El Trinche, hermoso, fue eso: una puerta cerrada que nadie podrá abrir jamás. O sí, y acá está entonces el secreto, lo mejor de todo: su regalo. El Trinche es una puerta cerrada que solo puede abrir la imaginación.

¿Cómo jugaba? ¿Era tan bueno como se decía? ¿Es verdad que un día lo acorralaron contra un córner y salió tirando un sombrero, de espalda, llevándosela un poquito con el hombro, mientras le pasaba por al lado al rival? En aquel amistoso del 74 que jugó para el combinado de Rosario frente a la Selección Argentina, ¿posta que Vladislao Cap, el técnico, le pidió a Griguol y a Montes, los entrenadores rosarinos, que por favor lo sacaran de la cancha por todo lo que había bailado en el primer tiempo a Pancho Sá, a Bertoni, a Tarantini, a Quique Wolff?

El Trinche quizá sea el último héroe del fútbol imaginado. Era lo que pasaba cuando la reina del relato era la radio. Las historias las llenábamos nosotros, ayudados algunos días después con las fotos que llegaban en El Gráfico, como cuando terminaba un dibujito que te gustaba en la tele y vos seguías el capítulo jugando con tus muñequitos en la habitación. Yo no vi jugar a Marzolini, por ejemplo, pero vos me decís “Marzolini” e inmediatamente me imagino una cruza de dios griego mitad lateral izquierdo mitad dragón. Hay algo de cuentito infantil ahí. Jugadores que son héroes mitológicos alimentados por nuestra propia ficción. Bueno: quizá eso sea, en definitiva, el fútbol. Un cuentito infantil hecho para adultos. La chance que tenemos cada semana de volver a jugar en la habitación.

Hay tres trabajos monumentales para conocer al 5 –encima, zurdo– de Central Córdoba de Rosario (si es que eso se puede lograr). Dos son audiovisuales, están en YouTube. “El Trinche fue el más grande”, del programa Informe Robinson (televisión española), y uno de nuestro compañero Diego della Sala, “El ídolo fantasma”, del especial Somos futboleros. El tercer trabajo es un libro, el único que hay. Lo editó Un Caño, es de Alejandro Caravario. El libro se llama, sencilla y poderosamente, “Trinche”.

Era un hombre muy reticente a hablar de sí mismo, lo incomodaba mucho –le cuenta Caravario a TNT Sports--. Creo que en parte era timidez, en parte también una estrategia. Te decía dos, tres palabras y te mandaba a hablar con otros: ‘Andá y preguntale a tal’. Los demás construían entonces esa historia monumental, mientras él la observaba como uno más. Y así funcionó: él mismo montó una red increíble que llevó a un jugador del ascenso, de los arrabales, de la periferia absoluta, a la categoría de súper crack. Mucha gente habló del Trinche durante años sin conocerlo; es un hecho increíble, un milagro de la comunicación. Un relato maravilloso, desmesurado. El Trinche era la expresión más acabada del fútbol argentino”.

La expresión, dice Caravario, un relato desmesurado, y tiene razón. Al esconderse, el Trinche nos ha entregado el permiso de la ficción –de donde siempre se vuelve más poderoso, mucho más poderoso, cuando hay que tocar nuevamente la realidad. Un hombre que no aceptó las reglas, no se interesó en ellas. ¿Cuáles eran, cuáles son las reglas todavía? Que si tenés un talento así de fabuloso no hay otra que pulirlo, perfeccionarlo, crecer, querer más. Es inevitable, no queda otra. A todos nos forman nuestros sueños pero también la mirada y la expectativa de los otros, y el Trinche no pareció haberle dado bola a nada de eso. O eso, al menos, necesitamos creer. ¿Cuánta gente conocen que no acepta las reglas? ¿Cuánta? El Trinche fue eso: una historia que necesitamos creer.

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