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Fútbol Femenino

Arquera, escritora y becaria del Conicet: las mil vidas de Gabriela Garton

El balance del 2019 del fútbol femenino, charla con la futbolista que se irá a jugar a Australia y la historia de la estrella de la Selección Argentina que no sabía que existía la Selección Argentina

Arquera, escritora y becaria del Conicet: las mil vidas de Gabriela Garton
Arquera, escritora y becaria del Conicet: las mil vidas de Gabriela Garton (FIFA)

Por Ignacio Fusco

La estrella de la Selección Argentina no sabía que existía la Selección Argentina. Digamos: mientras la televisión, la industria del entretenimiento e Internet la rodeaban con la tentación de cientos de mundos posibles, el que finalmente sería el suyo era algo que estaba lejos, difuso, sin color. Digamos: a una piba que este año revolucionó el fútbol de un pueblo se le había vedado —ya de entrada— la posibilidad de imaginar.

La historia que vamos a contar se la develó una delantera que ahora juega en España a la escritora Gabriela Garton, una de las arqueras de la Argentina en el Mundial de Francia 2019 y autora del libro Guerreras, fútbol, mujeres y poder, de la editorial Capital Intelectual. Garton es una rareza inquieta: nació en Estados Unidos, se recibió de Licenciada en Estudios Hispanos en la Rice University de Houston, llegó a la Argentina en 2013, atajó en River, se aburrió de que lo único que hacía era atajar en River, estudió una maestría en sociología en la Universidad de San Martín, atajó en la Selección, atajó en UAI Urquiza, salió campeón con UAI Urquiza, fue al Mundial, ahora se puso a cursar el doctorado y, mientras todo y mientras tanto, es becaria del Conicet. En un departamento que la UAI le otorgó a ella y a otras dos jugadoras del plantel del bicampeón del fútbol argentino Garton (que en 2020 jugará en el fútbol de Australia) le cuenta ahora a TNT Sports aquella escena que cruza todas las vidas, todas las historias de las pibas que hicieron de este 2019 un año revolucionario para ellas y para el fútbol argentino: un año histórico, fenomenal.

En Córdoba se jugaba un torneo relámpago. A la estrella, que tenía aproximadamente 16 años, le había pasado lo que a todas: de repente, el único mundo que conocían y en el que tanto se divertían desapareció. Jugaban en un equipo, quizá jugaban un torneo, jugaban —como en el país no había escuelitas para pibas—con varones de su edad. En algunos casos había árbitros, camisetas, competencia, calendario: había, en definitiva, un lugar en el que habitar. ¿Qué sentiría, cómo sería si un día viene alguien y le dice —a usted, que es hombre, que en ese momento era preadolescente, niño soñador— que eso que usted tan bien hace y tanto ama ya no lo puede hacer más? ¿Qué le pasaría si descubre que los héroes que se mandan esas jugadas supersónicas en la televisión son ahora una realidad inalcanzable, imposible, una ficción? ¿Qué sentiría, usted hombre, si el mundo que conoce de repente no existe más?

"Porque eso es lo que toda la vida les pasó a ellas —dice Garton—. Yo venía de Estados Unidos y no lo entendía: ¿cómo que no hay equipos de chicas acá? Así que claro, ¿qué hacían todas? Jugaban con varones hasta que los varones seguían por su lado y ellas después jugaban como juega cualquiera, en equipos de barrios, no había Inferiores, no había equipos de mujeres, no había Sub 13, 15, no había nada, nada más. En el caso de esta compañera mía, por ejemplo, directamente dejó de jugar: como jamás se había planteado para qué servía el fútbol, abandonó. Y, me contó, jamás pensó en volver. Hasta que un día la fue a buscar una amiga para que jugara este campeonato. Eran pibas de 40 años que compartían equipo con las hijas, esa onda, y ella, sola, de 15, 16. Uno de esos torneos en los que después te quedás a tomar cerveza, una cosa así".

Yo venía de Estados Unidos y no entendía: ¿cómo que no hay equipos de chicas acá?

Pero el torneo era más importante que uno en el que te quedás a tomar cerveza, parece, porque en un momento aparecieron la Primera de Belgrano de Córdoba y algunos otros equipos de la capital. Los equipos amateurs jugaron unos cuantos partidos y después se armó una especie de seleccionado provincial que ella, la estrella, integraba. Estaba a punto de jugar el último desafío cuando se puso a charlar con una compañera. El rival —un equipo en el que todas las mujeres estaban vestidas iguales, impolutas— calentaba al lado suyo.

—¿Y éstas quiénes son? —le preguntó Florencia Bonsegundo, cordobesa de Mortero, aproximadamente 15, 16 años, ahora delantera del Valencia de España, a su compañera.

—¿Éstas? La Selección Argentina, Flor.

—¿Hay una Selección Argentina de mujeres?

Bonsegundo, que en unos años será la 10 de ese mismo equipo y que en el Parque de los Príncipes meterá dos goles para remontar un 0-3 contra Escocia en un Mundial, había dicho aquello con la velocidad de un reflejo, sin enojo, quizá sin pensar. Lo peor de todo: lo había dicho natural.

¿Hay una Selección Argentina de mujeres?

"No había aspiración porque no había conocimiento —piensa Garton—. No sabían, porque no era solo Florencia, que había algo más que lo que estaban viviendo. Éramos una suposición. Como suponer que existe una selección de arquería. Lo suponés, pero ver, lo que es ver, no la viste nunca. Y no fue hace tanto eso. Es increíble todo lo que pasó".

—Aquel día —le dirá Bonsegundo cuando Garton la entreviste para su libro— fue la primera vez que vi a una arquera volar.

—En Guerreras repasás historias que hoy quizá parecen insólitas: cómo se les prohibió jugar a las mujeres en Francia, Inglaterra y Brasil, por ejemplo, con el respaldo de investigaciones, argumentos médicos que indicaban que no podían jugar al fútbol porque se les iba a deformar el cuerpo o porque corrían peligro de no poder embarazarse más, era una. Y es justamente la que explica los porqués de todo lo demás, ¿no? De dónde viene cada una de ustedes.
—El fútbol fue utilizado durante todo el siglo pasado como una manera de generar una identidad nacional masculina. Pasó en las Fuerzas Armadas, por ejemplo, también: ese miedo de que las mujeres se iban a volver machonas, musculosas, ¿no? Entonces, ¿qué hacemos? No las dejemos entrar. En la Argentina hicieron imposible que participáramos. En una sociedad machista era lógico que al fútbol no se lo pudiera asociar con nosotras. Los hombres más machos juegan y ¿las mujeres también? ¿Y al mismo nivel? Hay una académica feminista que se llama Joan Acker que hace 30 años planteó el concepto "institución generizada". Es lo que pasa con el fútbol que conocimos: tiene un solo género nada más. A lo sumo las que se animaban a jugar igual eran las pibas pobres, en los barrios, porque ellas no siguen el patrón hegemónico de femineidad. Lo alentador de todo lo que está pasando ahora es que los estereotipos de género se están rompiendo, las nenas juegan al fútbol desde chiquitas y ven que hay mujeres que juegan muy bien. Y ellas ahora saben que pueden aspirar a eso, también.

—¿Y antes cómo era? ¿De qué te acordabas cuando viste que Boca jugó en la Bombonera, o que antes de un partido de la Superliga hay, en un canal deportivo, un partido de fútbol femenino para mirar?
—Bueno, yo jugué en River (entre 2013 y 2015) y éramos lo menos importante, como si no existiéramos para el club. River no fue lo que yo esperaba, la verdad. Había una utilería que está debajo de la escalera circular, ésa en la que están todos los títulos del club, ¿ubicás?, y nos cambiábamos ahí, o en el lugar que estuviera disponible: a veces en un vestuario de Inferiores, a veces en el de los socios del club. Nos hemos cambiado en un baño en el que entraban, no sé, tres personas. Y las canchas: necesitaban una cancha los nenes de Infantiles y nos teníamos que ir. Yo me fui en 2015 y me debían cuatro meses de viáticos. De viáticos te hablo, no de sueldo. Era así.

—¿Y estos cambios cómo los vivís, a qué creés que hay que aspirar?
Es difícil no ser optimista, porque la verdad que es re lindo todo lo que pasó. Más que por las respuestas de AFA, por lo que está pasando culturalmente. Aunque todavía, obvio, haya trolls: que estas minas no pueden jugar, que para qué pelean por un sueldo. Y, peleamos por un sueldo porque tener un sueldo nos permite elevar la competencia, mejorar el producto que después vas a ver vos. De las cosas que me gustaría, creo que estaría bueno jugar antes que los varones, que los clubes abran los estadios. Y que cuando lo hagan, como en el Boca-River de la 1ª fecha, que entren los visitantes también. Estaría bueno que a la dirigencia le entre en la cabeza que nosotras vivimos otro futbol, que en nuestro ámbito hay pibas que son hinchas del fútbol femenino, no les importa quién juega, y que eso es algo que queremos mantener. Además, en el masculino hay una presencia policial que... nosotras no queremos que eso sea parte de nuestro fútbol; no queremos violencia: si de repente hay cantitos, insultos masculinos, feos, por ejemplo, estaría bueno que acordáramos en ese momento frenar todas, dejar de jugar; estaría bueno encontrar una unión así. Y aspirar a que la Primera sea absolutamente profesional. Quizás empezar con diez equipos y, luego, las otras categorías con medio sueldo, que si las chicas trabajan de otra cosa que al menos sea parte time. Pero bueno, ya fueron muchos cambios, por suerte, cambios que inicialmente habían sido, obvio, discursivos.

Cambios que habían sido inicialmente discursivos porque, como siempre, primero viene la imaginación, la palabra y —luego— todo, todo lo demás.

Todo lo demás: que más de 700 mil personas se agolparan contra un televisor —solamente en Capital Federal y Gran Buenos Aires— para ver aquel penal con el que Florencia Bonsegundo, la niña perdida, le empataba 3-3 a Escocia en el último partido del Mundial.

Todo, todo lo demás: que en Francia, un país en el que el fútbol de mujeres fue prohibido entre la Segunda Guerra Mundial y la década del 70, hubiera un promedio de 11 millones de espectadoras en ese campeonato, según la televisión local. O que más de 14 vieran —en los Estados Unidos— el 2-0 con el que el seleccionado de Megan Rapinoe se consagró campeón del mundo frente a Holanda —donde por primera vez un evento deportivo en vivo superó la audiencia de la semifinal en la que Sergio Romero se convirtió en héroe, hace cinco años, en Brasil.

Eso, todo eso y más, todo lo demás: que 11 millones de personas vieran la semifinal que Estados Unidos le ganó a Inglaterra, según los registros de la BBC, y que también en Brasil —donde el fútbol entre mujeres estuvo prohibido desde 1941 hasta 1979— más de 30 millones de televidentes siguieran el camino de la selección de Marta, que gritó su gol número 17 (récord entre hombres y mujeres) en este Mundial.

Y que la noruega Ada Hegerberg, la mejor jugadora del mundo, renunciara al torneo para que la Federación de su país igualara los salarios de las selecciones femeninas y masculinas, y que en España hubiera por primera vez una huelga y se suspendiera la Liga para reclamar por los salarios y el derecho a la maternidad, y que en Australia se lograra que el 48% de las ganancias de la Federación se divida, desde 2020, mitad y mitad: veinticuatro para el equipo femenino, veinticuatro para la selección que jugará la próxima Copa América y nos visitará en el Monumental.

Pero antes —antes de todo, todo eso— fue la palabra, la imaginación: una marea de pensamiento, valentía y amor que lo que hizo fue cambiarnos la cabeza a todas.

"Porque además, hasta ahora, el país ha sido representado solamente por varones. Lo escribo en el libro, donde cito a Alabarces (Pablo, sociólogo, escritor, autor del libro Crónicas del aguante, fútbol, violencia y política, entre otros). El país es la Selección de Messi, es Los Pumas, somos todos, pero en el caso de Las Leonas, por ejemplo, no era así. ¿Vos te acordás? No era así. ¿El país no puede sentirse representado por mujeres? Porque por lo que escuché, en el último Mundial, el que jugamos, hubo varones que se vieron representados por nosotras. Me acuerdo que la campaña de AFA decía: 'Es hora de alentarlas'. Era como 'ahora sí podemos apoyarlas', pero no que nosotras representáramos un país. Tenemos que alentarlas, pero ¿por qué? ¿Y por qué no lo habíamos hecho nunca? ¿Por qué?".

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